Los sueños no tienen validez si quien los produce no sabe ordenarlos, dirigirlos y trabajarlos. Trujillo tuvo sueños de poder y los realizó con astucia, crimen y calumnias por 31 años. Leonel Fernández tuvo sueños de poder y lo obtuvo al asociarse con quien lo detentaba , y durante varios períodos ha trabajado emprendiendo cambios e innovaciones que hoy solo despiertan la pregunta: ¿Pero cómo es posible que tal o cual cosa esté ocurriendo a la vista de todos sin que la justicia y el castigo hagan su presencia? Y es que los que sueñan y trabajan con resolución, disciplina, método e inteligencia esos sueños ganan el derecho de realizarlos. Los demás quedan anestesiados por sus propios sueños y solo aciertan a lanzar críticas y a rumiar sus pasos erráticos. Los sueños son libres, pero el poder no lo es; tiene sus reglas y hay que conocerlas.

Es cierto que entre nosotros es común las actitudes autoritarias, lo cual obedece a que el desarrollo de la actitud democrática es el resultado de la experiencia, que entre nosotros siempre ha estado ausente, porque aunque en teoría somos una república en la práctica somos la continuación del régimen monárquico, que se expresa en que las autoridades no tienen mentalidad de servidores sino de dueños y amos de la tarea para las cuales están investido. Para superar eso no basta hacer críticas, porque de lo que se trata no es de conocer la realidad sino de cambiarla, por lo que el reconocimiento de nuestro males es un primer paso valioso, pero no podemos quedarnos nada más en la crítica, y mucho menos en el pesimismo, sino que hay que plantearse fórmulas para avanzar. Debemos pasar a promover el desarrollo institucional democrático, que solamente provendría de eliminar el presidencialismo y establecer el régimen parlamentario que crearía las condiciones para que las autoridades dejen de percibirse a sí mismo como los dueños del país, y el mismo ciudadano también abandone la idea de que el presidente es un semidiós del cual esperar todo.